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Las interpretaciones historicistas de música barroca han recorrido un largo camino desde la década de 1980: han pasado de ser vistas como una excentricidad sospechosa de alimentarse de infecundas obsesiones museísticas, a situarse en el primer plano de nuestra comprensión de la música de los tiempos de Bach y de sus predecesores.

Un buen ejemplo de la magia que se activa en este repertorio gracias al uso documentado de instrumentos y técnicas del periodo lo ofreció, el pasado viernes 22 de abril, el concierto inaugural de la temporada 2016 de la Sociedad Filarmónica de Lima. La agrupación belga Il Gardellino, dirigida por el oboísta Marcel Ponseele y el flautista Jan De Winne –dos celebrados instrumentistas cuya fama proviene de sus colaboraciones con orquestas como La Petite Bande, La Chapelle Royale y l’Orchestre des Champs-Élysées–, ofreció un encantador programa que incluyó piezas famosas, así como menos familiares, de Antonio Vivaldi, Alessandro Marcello, Carl Philipp Emanuel Bach, Georg Philipp Telemann, Johann Christoph Friedrich Bach y Johann Friedrich Fasch.

Fundado en 1988, este ensamble se ha desarrollado no solo como un vehículo ideal para exhibir el talento de Ponseele y De Winne, sino también como un verdadero semillero de nuevos talentos del campo historicista. Así lo demuestra el exquisito sonido de conjunto logrado por Il Gardellino, cuya claridad rítmica, idiomática precisión y sutileza a nivel de los contrastes dinámicos ofreció un marco ideal para la exploración del género del concierto barroco, con piezas donde el protagonismo recayó, por turnos, en el oboe, la flauta traversa y los instrumentos de cuerda.

La versatilidad de estos músicos quedó profusamente demostrada, especialmente en el caso de la joven violonchelista Elinor Frey, quien asumió el papel de solista en el Concierto para chelo en si menor RV 424 de Vivaldi. Su exquisito fraseo, aunado a su capacidad para mantener vivas hondas melodías casi en el umbral del silencio –especialmente en el movimiento central de la obra (Largo), donde el violonchelo entona pasajes ornamentados a los que apoya únicamente el bajo continuo–, sellaron uno de los momentos más bellos de la velada.

De Winne, por su lado, brilló en el Concierto para flauta en re menor Wq 22 de C.P.E. Bach, logrando construir una atmósfera serena y meditativa en el segundo movimiento (Un poco Andante) y derrochando virtuosismo en el fogozo movimiento final (Allegro di molto). A pesar de cometer pequeñísimos errores, Ponseele también estuvo a la altura de sus credenciales, especialmente en la pieza que abrió la velada, el Concierto para oboe en re menor de Marcello. El carácter agridulce y nostálgico de las melodías del compositor italiano, sobre todo en el Adagio en tiempo de 3/4, sumió a la audiencia en un delicado viaje interior cuya nobleza marcó la pauta para todo lo que vino después.

Mención aparte merece el regalo que ofreció el ensamble al final del concierto: un inusual arreglo de la famosa pieza “Oblivion” del compositor argentino Astor Piazzolla. Los exquisitos timbres del ensamble barroco dieron pie a una versión sorprendente que demostró, entre otras cosas, la solvencia de estos instrumentos en un repertorio contemporáneo para el que no fueron construidos. La falta de vibrato y de ecos románticos (los mismos que suelen estorbar grabaciones famosas de esta pieza como la de Accardo) permitieron, de hecho, escuchar la obra de una manera nueva y reveladora en su simplicidad. Esa es, precisamente, la otra cara del historicismo en la música: la apertura hacia experimentos donde la erudición y, por qué no, el anacronismo, se dan la mano para refrescar el sonido de la música de nuestro tiempo.